Sunday, December 09, 2007

El olor fuerte de la madera vieja contrastaba con las sandías que me habían despertado temprano esa mañana. También la penumbra. Sin duda, lo oscuro y solemne de ese departamento era un factor más de nuestra separación. Mezclada entre su ropa, mi ropa y mi concentración puesta en la tarea de seleccionar lo más importante y no escucharlo. Sabía, firme, que no debía darle lugar a esa charla. Él siempre era capaz de salirse con la suya.

Remeras, zapatos, cremas en el bolso que ella me había prestado. Podés quedarte en casa todo el tiempo que necesites para encontrar otro lugar. Generosa pero específica con lo temporario de su ofrecimiento.

Yo revolvía cajones, él era un ruido de fondo con sus reclamos. Un ruido de fondo como el pattern horroroso del empapelado del living y del cuarto en el que habíamos dormido juntos los últimos seis meses.

Entonces encontré el sujetador de encaje turquesa que él me había comprado para el aniversario. Lo levanté en el aire y lo vi balancearse desde mi mano en la imagen que me devolvía el espejo que había detrás de la puerta del placard. Al lado del corpiño, la cara de él esperando una respuesta. ¿No pensás decir nada? Pero ésa era la única pregunta que pude reconstruir. No supe qué respuesta estaba esperando. Mientras no lo miraba a él, sino a su reflejo en el espejo, recordé a Victoria y sus silencios. Tal vez era eso, yo me convertía en ella de a poco.

Hice un esfuerzo enorme por no llorar. Y él lo notó.

Lo vi acercárseme por detrás.

No sé qué fue antes: si verlo o sentir que me acariciaba la cintura.

Su mano fue subiendo lentamente y de pronto me estaba desnudando. Nada más fuera de lugar en la escena.

Sin embargo, solté.

Solté el llanto y el cuerpo. Y lo dejé hacer.

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